Aunque los restos que han llegado hasta nosotros son muy escasos, la
pintura mural del periodo clásico maya alcanzó una gran perfección
técnica y una gran calidad artística, logrando un difícil equilibrio
entre el naturalismo de los diseños y la gravedad impuesta por el
convencionalismo de los temas. Aunque utilizan tintas planas carentes de perspectiva los muralistas
mayas supieron crear la ilusión del espacio. Primero trazaban el dibujo
en rojo diluido sobre una capa de estuco, después se pintaba el fondo
quedando las figuras en blanco y posteriormente se iban rellenando los
diferentes espacios con sus respectivos colores. Para sugerir la
perspectiva y el volumen recurrían al fileteado de las figuras, la
yuxtaposición de colores y la distribución de los motivos en diversos
registros de bandas horizontales. Los murales más importantes que se
conservan son los del sitio de Bonampak (Chiapas). Las pinturas ocupan
la totalidad de las paredes de tres habitaciones de un edificio (790
d.C.). Relatan acontecimientos bélicos que incluyen las ceremonias
preliminares a la batalla (cuarto I), la batalla (cuarto II) y el
sacrificio final (cuarto III). Existen fragmentos de antiguas pinturas
en Uaxactún, Palenque, Coba y Chichén Itzá.
De la misma forma que los muralistas mayas plasmaron escenas mitológicas
y cortesanas en sus composiciones, los ceramistas reflejaron diversos
aspectos relacionados con temas similares. La cerámica polícroma
—asociada con el mundo funerario— fue la más extendida. La técnica era
similar a la de los murales aunque jugaron también con las posibilidades
expresivas que les brindaban el engobe y el pulimento. Suelen ser
cilindros, platos y fuentes de distintas dimensiones donde la pintura
cubría casi la totalidad de la superficie. Los perfiles de los dibujos
se realizaban en negro sobre un fondo monocromo, crema o anaranjado. El
otro estilo, del que se conservan muy pocos, llamado códice, recuerda la
técnica utilizada por los escribas mayas sobre las tiras de papel
vegetal estucadas y pintadas. Las figuras antropomorfas alcanzaron
también una gran popularidad y perfección. Las llamadas figuritas de la
isla de Jaina (Campeche) incluyen una variada muestra de tipos físicos
diferentes. A esta lejana isla llegaban para enterrarse personajes
ilustres de muy diversa procedencia, y los artesanos de la necrópolis
preparaban los ajuares que habían de acompañarles en su viaje al mundo
de los muertos (Xibalbá).
La talla de las piedras semipreciosas, en jade y obsidiana, suponen una
valiosa aportación al arte maya. Figuras humanas, excéntricos y collares
alcanzaron un grado de perfección que las hizo ser incluidas en los
ajuares de las tumbas más principescas.
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